Tembleque es la estampa de villa manchega por antonomasia: el blanco de la cal reluce en sus fachadas y nos devuelve el sol en su reflejo más níveo.
Tesorero de una de la plazas más pintorescas y representativas, emblema del barroco popular del siglo XVII. Sigue el esquema de los corrales de comedias y albergaba espectáculos mayoritariamente taurinos. Una de sus tres puertas era, además de acceso, callejón de toriles. La plaza está porticada con columnas toscanas y pilares cuadrangulares en los accesos. Los dos cuerpos superiores son corredores sostenidos por pilares de madera, fachadas encaladas y los antepechos decorados con la cruz de San Juan. Destaca el torreón, que en las celebraciones actúa de palco para las autoridades.
La Plaza Mayor se comunica con la Plaza del Orden a través de un pasadizo y en ésta se alza la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, estilo gótico de transición. Otros monumentos religiosos engalanan Tembleque, como la ermita de la Purísima Concepción, la de Loreto o la de San Antón, pero destaca entre todos la bellísima ermita de la Vera de la Cruz, construida en 1762 con planta octogonal cubierta por una cúpula de ocho elementos curvos.
Entre las construcciones civiles la Casa de las Torres (llamada así por las torres que enmarcan su frente) no pierde la blancura característica de Tembleque, que cubre la fachada entre las numerosas ventanas y la rica decoración de la puerta. La Casa de Postas mantiene la estética manchega y recuerda a las ventas tan típicas del territorio.
Nos aleja de la población la estampa de los molinos de viento, que abundan en su carácter manchego y nos crea, entre la nostalgia, la memoria de relatos literarios de gigantes y caballeros.